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Joao Félix quiso tirar el penalti decisivo, pero Carrasco no le dio el balón

Joao Félix entró a falta de tres minutos para el final
Joao Félix entró a falta de tres minutos para el finalJAVIER SORIANO / AFP
Las imágenes de Movistar muestran el pequeño desencuentro que tuvieron el belga y el portugués a propósito de la pena máxima que pudo cambiar el rumbo del Atlético de Madrid, condenado a pelear por una plaza en la Europa League.

El equipo rojiblanco no pudo superar al Bayer Leverkusen, entrenado por Xabi Alonso, pese a gozar de una triple oportunidad para lograrlo en la última acción del encuentro. El árbitro había señalado el final y los jugadores ya se marchaban para los vestuarios, pero un aviso desde el VAR provocó un esperado giro de guion. Hubo una mano dentro del área y el colegiado lo vio claro en el monitor: penalti.

El encargado de ejecutarlo fue Yannick Carrasco, quien no era un novato -tampoco de los principales encargados- en este aspecto porque ya le marcó desde los once metros al Real Madrid al final de la pasada campaña y otro más, un mes antes, al Espanyol. Su anterior oportunidad desde dicha distancia (fallado ante Sirigu) fue antes de que se fuese a China, donde sí que era el responsable. El belga ha lanzado solo cuatro en las cinco temporadas (sumando las dos medias campañas antes y después de la exótica aventura).

El ex Mónaco, que estaba cuajando una gran actuación, cogió el balón y se fue decidido a por el balón para lanzar el penalti. En esos instantes previos, Joao Félix se acercó también y le dijo que lo tiraba él. Tras unos segundos de una corta conversación, el luso se marchó resignado. Esta es la intrahistoria de una acción que duró algo más de la cuenta: Saúl cabeceó hacia el larguero en el rechace y Reinildo golpeó con el alma, pero el propio Carrasco se interpuso y el esférico se marchó fuera.

Es imposible saber cuál hubiese sido el destino del Atlético de Madrid si el luso hubiese tenido la aprobación del extremo, pero también resulta complicado imaginar un final más cruel. El Metropolitano pasó de la decepción del empate -a priori confirmado- a la euforia -más o menos contenida- por tener esa clarísima oportunidad y, de ahí, a la tristeza absoluta tras el triple fallo.