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Sven Goran Eriksson: el buen hombre que no pudo cambiar el fútbol mexicano

Sven Goran Eriksson
Sven Goran Eriksson AFP
En 2006, por primera vez en la historia, México sintió que realmente podía codearse con las potencias históricas. Aunque el golazo de zurda al ángulo del argentino Maxi Rodríguez en los octavos de final del Mundial de Alemania arruinó la adolescencia de una generación mexicana, el Tri se fue de aquella justa con la cabeza en alto por lo que había mostrado en cancha.

Completada la fase de competir y sacar provecho a las virtudes del futbolista mexicano desde su idiosincrasia –que tanto había costado construir– la gente, los directivos y hasta los jugadores anhelaban dar ese último salto: ganar los partidos decisivos para dejar de ser una selección considerada sólo como participante en justas importantes.

Para eso, tras el buen periodo de cuatro años de Ricardo La Volpe, el argentino que conformó una selección que fue elogiada por Cruyff y Beckenbauer, los directivos comprendieron que necesitaban un perfil triunfalista. La elección en aquel 2007 era sencilla: Hugo Sánchez. 

Hugo, uno de los máximos ídolos del Real Madrid y el mejor futbolista que ha dado México, también tenía un bicampeonato como entrenador con Pumas, el cual había consolidado su fama de ganador nato y de ser un mexicano con mentalidad distinta por no conformarse sólo con intentarlo. “Yo puedo hacer que México sea campeón del mundo”, dijo alguna vez sin titubear. 

Pero, a pesar de las grandes virtudes de Hugo, su paso por la selección quedó a deber desde la expectativa generada, a pesar de un honroso tercer lugar en Copa América. No calificar a los Juegos Olímpicos de Beijing 2008 fue suficiente para despedirlo. 

Un cambio rotundo desde Suecia

Con la misión de no tirar por la borda la buena reputación que México había ganado desde 1994 –pasando de grupo en cada Mundial y compitiendo en cada Copa América— los directivos mexicanos se reunieron para analizar el mejor perfil para comandar al tri, a dos años del Mundial de Sudáfrica

Mientras algunos pensaban en viejas glorias de entrenadores mexicanos para calmar las críticas de la gente, Jorge Vergara, el apasionado dueño del Club Guadalajara, uno de los más populares del país y por ende de mayor peso en la federación, dio un golpe en la mesa para explicar que había que romper el molde con la elección del nuevo entrenador. 

Vergara, un mexicano que se hizo millonario con productos dietéticos y con una personalidad de mucho carácter y frontal, convenció al resto de directivos de que, si Hugo, el mayor símbolo del triunfo en el fútbol mexicano no había podido con la enmienda, la solución estaba fuera del territorio nacional.

En los primeros meses de 2007, Sven Goran Eriksson ya sabía que su tiempo como entrenador del Manchester City –previo a la era adinerada del club— no iba a tener un buen final y comenzó a abrir su cabeza a nuevos posibles proyectos. El sueco tenía un gran renombre dentro del fútbol mundial, gracias a su gran época en la Sampdoria y en la Lazio, entre otras a nivel de clubes, pero sobre todo por haberse convertido en el primer no británico que dirigía a la selección inglesa, a la que logró clasificar a dos mundiales y una Eurocopa.

Dicharachero, elocuente y con la mente siempre abierta a explorar nuevas formas de pensar, Eriksson aceptó entrevistarse con los directivos mexicanos, que vieron en su pragmatismo para conseguir resultados y en la disciplina europea de sus formas las dos virtudes que necesitaban. Tras arreglar un contrato por dos millones de dólares anuales y otra serie de exigencias, el sueco fue oficializado como entrenador nacional un día después de haber sido despedido como director técnico del City. 

Eriksson: un gran choque cultural. La noticia de la llegada de Eriksson provocó un revuelo en el país, con claras y sendas críticas nacionalistas por parte de un sector de la afición que no veía con buenos ojos el nulo conocimiento que el entrenador sueco tenía del futbol mexicano y la barrera del idioma.

Eriksson intentó destacar a México
Eriksson intentó destacar a MéxicoProfimedia

Esas críticas deportivas al nuevo entrenador nacional, tal vez el cargo más complicado después del presidente de la república en un país llena de aficionadas que sobredimensiona el nivel de sus futbolistas, se exacerbaron cuando la prensa comenzó a divulgar ciertas condiciones del contrato de Eriksson.  Antes de su llegada al país para presentarse vestido de verde, la gente ya sabía que Eriksson iba a vivir en un penthouse de 1,000 metros cuadrados y por 12,000 dólares al mes en las cotizadas Torres “Coca-Cola” –apodadas así por su parecido a dos botellas de la marca— en Polanco, una de las zonas más exclusivas de la Ciudad de México con vistas al esplendoroso bosque de Chapultepec.

También la gente supo, por medio de la prensa, que Eriksson era un hombre divorciado que había engañado a su nueva pareja, con la que recién se había divorciado a mediados de 2007. A los pocos meses de haber llegado al país, diversas historias se publicarían sobre mujeres entrando a su penthouse y un excesivo gasto en botellas de vino, incluidas varias que destinó a una cantante panameña que estaba actuando en el restaurante de un lujoso hotel.

Y aunque esas cuestiones extracancha hicieron enfurecer al conservadurismo tan adentrado en la idiosincrasia del mexicano, Eriksson no pudo defenderse dentro del terreno de juego, donde se topó con unas diferencias culturales que nunca pudo sortear, a pesar del esfuerzo que hacía por lograrlo.

La disciplina europea enfocada en el buen rendimiento físico y mental que quiso imponer se topó con la latinidad de Cuauhtémoc Blanco, el último ídolo popular mexicano que había sido borrado por La Volpe y que, por aclamación popular, volvía a vestirse de verde. Blanco, oriundo del barrio bravo de Tepito y amante de placeres mundanos, le dio la espalda al sueco durante una concentración en Chiapas antes de un partido de eliminatoria frente a Canadá al salirse del hotel para enfiestarse y el entrenador quiso borrarlo de la selección, como su antecesor.

Además del enfrentamiento con la figura nacional, con el que tuvo que ceder para aceptar ponerlo 15 minutos en un partido de una incipiente despedida, Eriksson no pudo integrar su pragmatismo futbolístico que priorizaba el orden táctico y defensivo, en un ambiente que todavía sentía cierta nostalgia por La Volpe. El argentino había hecho jugar con dinamismo y pensando en atacar a la selección y pronto los directivos se dieron cuenta del valor que había tenido ese histórico aporte. Querían ganar sí, pero descubrieron que las formas les importaban más de lo que creían.

No obstante, convencido de su experiencia y su talento, Eriksson intentó ganarse a la gente. Tras su primera victoria dentro del Hexagonal eliminatorio de la CONCACAF rumbo al Mundial de Sudáfrica, Eriksson se sentó en la sala de prensa y al ser preguntado sobre cómo se sentía, respondió con un español atropellado: “como dicen aquí en México, de poca madre”. 

Y aunque lo respaldaron figuras de renombre, como el mismo Rafael Márquez que se alistaba a jugar su tercer mundial, Eriksson terminó sucumbiendo ante la falta de conexión dentro y fuera de la cancha. Una vergonzosa derrota en Honduras el 19 de noviembre de 2008 que incluyó al arquero mexicano Oswaldo Sánchez pidiéndole piedad al delantero catracho David Suazo, fue el inicio de la debacle del sueco en México. Un tropiezo contra Estados Unidos fue el colmo. Eriksson fue despedido en abril de 2009, tan sólo 10 meses después de su nombramiento.

Un hombre bueno

En enero de 2024, tras varios años lejos del primer orden futbolístico, Sven Goran Erikkson conmovió al mundo al comunicar que padecía un cáncer de páncreas terminal y que tenía, con suerte, un año de vida. “No tengo dolor, pero sé que está ahí. Un día me llevará. Antes de eso viviré, en lugar de pensar cuándo y cómo sucederá”, afirmó el sueco en un documental. 

Desde entonces, el mundo futbolístico se entregó de lleno al sueco. Mensajes de apoyo desde sus exjugadores y sus antiguos clubes y selecciones comenzaron a llegar por montones. La conmoción fue tal que Eriksson pudo cumplir su sueño de dirigir al Liverpool en un partido de leyendas del club, gracias a la empatía del alemán Jürgen Klopp. 

Y aunque tuvo la esperanza de vivir por lo menos un año, Eriksson solo pudo hacerlo poco casi 10 meses. El pasado lunes 26 de agosto, un comunicado de la familia del sueco compartido por su exagente, Bo Gustavsson, le informó al mundo que el exentrenador había muerto rodeado de sus seres queridos en su casa de Suecia aledaña al majestuoso lago Fryken, sitio que eligió para que esparcieran sus cenizas.

Tras la noticia, una nueva oleada de mensajes atiborró las redes sociales. Palabras de pésame de figuras emblemáticas como Beckham, Rooney, Juan Sebastián Verón, Diego Simeone y de sus exquipos, incluida la selección mexicana, le dieron un sentido adiós a una persona que dejó un legado importante en la cancha, pero uno más grande fuera de ella. 

“Espero que me recuerden como un hombre positivo que trató de hacer todo lo que pudo. No sientan tristeza, sonrían. Gracias por todo, entrenadores, jugadores, aficionados, ha sido fantástico. Cuídense y cuiden su vida. Y vívanla”, expresó en sus últimos meses, en un mensaje definitorio que resumió una vida plena.